viernes, 30 de agosto de 2013

Carpathian Alliance 2013, Día 1. 26 de julio de 2013 (Volosianka, UKR)

Por segundo año consecutivo, tuve la grandísima suerte de poder asistir a este festival en los Cárpatos ucranianos, al que ya tengo mucho cariño por todo lo que el viaje conlleva, y además el del año pasado supuso mi primera colaboración con The Breathless Sleep. Se trata de un evento que se celebra en lo alto de una montaña del suroeste de Ucrania, en una estación de esquí rodeada de pueblos pequeñajos, cuyos habitantes probablemente no están acostumbrados a ver semejante cantidad de foráneos en verano; y va por su segunda edición.

Al igual que en la anterior, dividieron el cartel por estilos: la primera noche estuvo dedicada al folk metal, y la segunda al black metal. Para la del folk, con Korpiklaani y Eluveitie de cabezas, los organizadores optaron por una propuesta mucho más comercial que el año pasado, que había tenido grupos más oscurillos como Moonsorrow o Týr. La noche black, por su parte, mantuvo su filosofía y, si cabe, aumentó el nivel: nada menos que 1349 e Immortal, frente a Carpathian Forest y Dark Funeral el año pasado, que tampoco estuvo nada mal. Pero qué queréis que os diga. Immortal es Immortal.

El gran error del año pasado fue empezar los conciertos a las ocho de la tarde. Este año escarmentaron y empezaron tres horas más temprano, lo cual me parece muy acertado, pero conllevó que mis dos colegas y yo no llegáramos a tiempo el viernes; el autobús nos dejó en el pueblo de Slavske casi a las cuatro, y entre encontrar el hotel, dejar las cosas, llegar a la estación de esquí, esperar una hora de cola y pasar cuarenta minutos en el telesilla, nos perdimos por completo a los dos primeros grupos.

En el caso de los ucranianos Paganland, único grupo repetido de la edición anterior, me fastidió porque el año pasado me los perdí porque tocaron muy tarde, y este porque tocaron muy pronto, además me llevaba unas cuantas canciones aprendidas. El otro grupo era español: Incursed. Cuando llegamos a la zona del escenario estaban subidos los también españoles Drakum, de los que vimos sólo dos o tres canciones sin prestar demasiada atención. Hacen folk metal, eso es todo lo que podía decir cuando acabaron. Horas más tarde me encontraría a dos de sus integrantes repartiendo pegatinas y maquetas, y me dieron una de cada; la estuve escuchando esta misma mañana y me sorprendió gratamente, así que si no los conoces busca algo por ahí, igual te sorprenden también. La maqueta se titula Around the Oak.

Se suponía que los siguientes eran los croatas Stribog, pero el grupo que salió fue Cruachan. No sé por qué, pero me imagino que los croatas tendrían problemas para llegar. Tanto da: el caso es que ahí estaban los irlandeses, de fama un tanto modesta para la cantidad de años y discos que llevan en el negocio. No me disgustan y tenía curiosidad por ver el concierto, que me encantó. Las canciones, que en estudio nunca me llamaron mucho la atención, en directo son geniales; aunque debo confesar que sólo reconocí cuatro: «Blood on the Black Robe» y «I Am Warrior», del último disco, y las versiones «Some Say the Devil Is Dead», de letra súper chorra y música ideal para saltar y hacer el mono, y «Ride On», más melancólica y, desde mi punto de vista, bonita como ella sola. Esta la cantó una tipa que subió al escenario a mitad del concierto; cantó varias más también.

Tras Cruachan vino el cambio de grupo. Y lo digo así, independientemente, por una razón. ¿Cuánto dura para vosotros un cambio de grupo en un festival? ¿Quince, veinte, treinta minutos? Este duró hora y cuarto. Como lo lees. Vale, vas a comer algo, curioseas en la tienda de discos y camisetas, charlas un poco y se te pasa el rato. Según bajaba de nuevo a la zona del escenario y me cruzaba con un chaval al que conocí el año pasado, salían los finlandeses Korpiklaani.

Es la cuarta vez que los veo ya, y creo que la mejor de todas. La selección de canciones estuvo bien; varias instrumentales, que son las que más me gustan. Si al violinista anterior lo apodaban “violinista soso”, con el nuevo no se puede hacer lo mismo, porque hace el mono tanto como los demás, y en alguna canción se puso a bailar dando patadas al aire. Lo más curioso del concierto fue «Husky Sledge». Está en su disco Manala, pero yo no lo llamaría canción exactamente. Por lo visto, el violinista está, o estaba, en un grupo que hace cosas chamánicas; lo que toca en ese corte es una melodía muy simple y repetitiva, en cierto modo hipnótica… o coñazo, según puntos de vista.

Se sentó en una silla y se puso a tocar eso con el violín mientras pataleaba en el suelo, haciendo así sonar los cascabeles que tenía alrededor de los tobillos. Pronto salió el cantante a hacer su “ahehe ahoho”, yoik o como se llame. Para ser sincero, el invento no me gustó nada y estaba deseando que se acabara, pero al menos hicieron algo original. Luego siguieron con canciones guays. Por supuesto, la animación entre el público era enorme, como siempre pasa en conciertos de grupos fiesteros de este tipo. Quedé contento con el concierto, la verdad.

Tocaron una hora. ¿Recordáis cuánto había durado el cambio anterior? Pues otra vez. A esperar mil años a que salga Eluveitie. De entrada, no me apetecía nada ver ni a Korpi ni a los suizos estos; y si bien con los finlandeses me lo acabé pasando bien y reuní algo de optimismo para lo siguiente, la verdad es que Chrigel y su pandilla no me animaron nada. Es curioso, porque escuché todos sus discos múltiples veces, sobre todo los últimos, pero las canciones acabaron mezclándose en mi cerebro y, quitando unas pocas, ya no reconozco casi ninguna.

Vale, esto es mayormente cosa mía. Pero, tras un tiempo de cambio absurdamente largo y qué sé yo cuánto rato de pruebas de sonido, no es que sonara genial tampoco. Había bastante barullo. Y encima, la gran humillación: en mitad de la primera canción, Helvetios, hay unos segundos en los que sólo suena una flauta. Pues bien: vimos a Chrigel tocar su flautita todo motivado en pose metalera, pero no se oyó NADA. Silencio absoluto durante ocho segundos o los que sean. También tuvieron la mala suerte de que su violinista no estaba con ellos, y no sé si faltaba alguien más. Conste que soy consciente de que nada de esto fue culpa suya. Considero que tienen un directo muy sólido, que lo dan todo y que la gente siempre se lo pasa que no veas; este concierto fue otra muestra más de lo que digo. Pero no son mi grupo, no.

Y ya está. Me apetecía bastante ver a Stribog, porque es un grupo muy desconocido y de muy pocos medios que me mola, y su concierto es de esos de: o lo ves hoy, o vete a saber si volverás a tener otra oportunidad. Pero ya eran más de las tres de la mañana, hacía frío (esa es otra, será julio pero en lo alto de la montaña hace una rasca que no veas, por suerte este año iba preparado y tampoco fue tan malo como el pasado) y, sobre todo, no nos apetecía esperar otra hora para un concierto que sabíamos que iba a ser corto. Así que, ante la quietud del telesilla, que aún no lo habían puesto en marcha, y que los quads de la muerte costaban diez euracos por persona, bajamos la montaña a pie y volvimos al hotel.

Al día siguiente, un chaval que vio el concierto de Stribog me dijo que en el público había unas treinta personas en total, la mayoría croatas, hasta el punto que la cantante empezó hablando en inglés pero enseguida cambió al croata; y que el concierto fue corto, media horita, pero estuvo muy bien, mucho teclado en plan sinfónico, y la voz de la tipa, fantástica.

Hasta aquí la crónica del primer día. La del segundo, ¡pronto en sus pantallas! ¡No cambien de canal! Pero actualicen la página regularmente.

Publicada originalmente en The Breathless Sleep el 30 de agosto del 2013, archivada en Furia Asgardiana el 1 de mayo de 2019.

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